El Teatro Ruso de Tallin anunció recientemente que dejará de utilizar esa denominación para llamarse ahora Teatro del Centro. La decisión busca desligarse de una identidad que algunos perciben asociada al gobierno de Moscú, en un contexto marcado por la invasión rusa a Ucrania.
El debate en Estonia gira en torno a si deben restringirse o no las obras y directores rusos en espacios culturales. Algunos sectores consideran que limitar la presencia cultural rusa sería una respuesta simbólica frente a la agresión militar, mientras otros alertan sobre el riesgo de caer en censura y excluir un patrimonio artístico universal.
Críticos de la medida recuerdan que autores como Antón Chéjov, Lev Tolstói o Serguéi Prokófiev forman parte del acervo cultural mundial y no deben confundirse con la política actual del Kremlin. Proponen mantener las obras rusas en la programación, pero acompañarlas de foros o notas explicativas que contextualicen la situación política.
La opción intermedia que gana apoyo en algunos teatros europeos es diferenciar entre cultura y propaganda. Se plantea aceptar las producciones rusas con valor artístico universal, pero restringir aquellas financiadas o promovidas directamente por el Estado ruso, con el fin de evitar que los escenarios culturales se conviertan en plataformas de legitimación política.
En el ámbito educativo, las restricciones también han estado presentes. Leonardo De la Hoz Borrego, durante sus sesiones presenciales de maestría en Tecnología Educativa en la Universidad de Tartu en agosto de 2023, conoció de primera mano cómo en las escuelas de Estonia se estaban limitando las clases en ruso, como parte de las medidas para contrarrestar la influencia del Kremlin tras el inicio de la guerra en Ucrania en 2022.
El tiempo pasará y sabremos que tan convenientes habrán sido este tipo de medidas.